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Final de la pelota cubana: la galopada de los Alazanes

Tres golpes, tres coces violentas y consecutivas de los Alazanes a los Leñadores han puesto de cabeza la gran final de la pelota cubana. Lo que parecía no es y lo que es, es lo que la mayoría de los especialistas pensaban y lo que buena parte del público –excepción hecha de los fans tuneros– quería.

No hablo de que Granma estuviera delante a estas alturas, luego de llegar a su feudo con la soga al cuello tras las dos derrotas en el Julio Antonio Mella. No. Eso, si acaso, solo los más optimistas seguidores de los Alazanes podían vaticinarlo.

Tampoco de que la tropa de Las Tunas, infalible en su estadio, fuera derribada por el ánimo feroz de los granmenses y –aunque lo intentó, es justo decirlo– no lograra sacar provecho de su arma favorita contra los Azules de Industriales: la remontada.

Hablo, en cambio, de un play off cerrado –si no por todos los marcadores al menos sí por la batalla en el terreno–, convertido en una montaña rusa de emociones, en un manicomio donde todo es posible y en el que las gradas cargan protagonismo y catalizan lo que ocurre en la grama.

También de una final que regresa a donde comenzó, que –aun sin equipos históricos ni representantes del occidente cubano– ha despertado pasiones a lo largo de la Isla y que tendrá que decidirse in extremis, en un sexto o séptimo partido al que los dos contendientes llegarán con los dientes apretados y las ilusiones a toda vela.

Granma se presentó ante sus parciales con no pocos cuestionamientos –la no inclusión de Lázaro Cedeño en el line up, el más recurrente–, pero nunca con los brazos caídos. Carlos Martí dio un golpe de timón, puso a Cedeño como designado, y sus caballos se soltaron a batear. A galopar.

Varias son las claves de lo sucedido en el Mártires de Bárbados. La primera, la voluntad y confianza de unos Alazanes que pagaron a Las Tunas con la misma moneda con que les sometieran en el Mella.

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Salvo en el cuarto juego, el único duelo de pitcheo meritorio hasta ahora –aunque los abridores Lázaro Blanco y Luis Ángel Gómez no tuvieron responsabilidad en el resultado definitivo–, esa ha sido la tónica de la final: en las primeras entradas los dueños de casa han explotado a los lanzadores rivales y sacado la ventaja suficiente para capear cualquier rebelión. Vladimir Baños, el martes, y Yoalkis Cruz, este jueves, fueron víctimas de esta realidad.

Clave ha sido también el aporte de los refuerzos granmenses, en especial de los últimos incorporados al equipo. Yordan Manduley, Raúl González y Raidel Martínez han dado la razón a Carlos Martí y acallado todas las críticas que siguieron a su selección por el experimentado manager.

Manduley ha sido un cerrojo en el campo corto y muy oportuno con el bate, González se ha vestido de slugger con tres jonrones y nueve impulsadas en Bayamo, y Martínez –una sola limpia en tres salidas– ha sido el matador que los Alazanes necesitaban para mellar el hacha a los Leñadores.

Por demás, quienes visten siempre el uniforme de Granma volvieron a responder ante los suyos. Roel Santos, desbordado como hombre proa; Avilés, ya consolidado en la inicial; Cedeño, respondiendo a la oportunidad merecida; Benítez, siempre fundamental con el bate; Lázaro Blanco, recuperado de su anterior revés, y Leandro Martínez, con un relevo decisivo, son ejemplos diáfanos de la grandeza del campeón. Eso, sin hablar del respaldo anímico que representa Alfredo Despaigne.

Con estas armas, los granmenses han extendido a ocho sus victorias consecutivas en postemporadas.

Los tuneros, en cambio, se han visto ansiosos, inseguros. Ante la confianza galopante de los actuales monarcas, los retadores han dado muestras de su inexperiencia en finales. Su defensa ha hecho aguas –nueve errores en tres desafíos, varios de ellos determinantes– y sus bateadores, aunque no han dejado de sonar el madero, han pecado de improductivos a la hora cero.

Incluso dando más jits y recibiendo más boletos que los Alazanes en dos de sus tres derrotas en Bayamo, fueron incapaces de llevar esos hombres rumbo al plato.

No hay, sin embargo, que equivocarse: los Leñadores no están acabados. Aun perdiendo tres al hilo, dieron la cara en el Mártires de Barbados y dejaron claro que son de los que mueren con las botas puestas.

En el Mella estarán nuevamente aupados por un público incondicional, que los siguió en la carretera y no ha perdido la esperanza de ver a su equipo coronado. Su filosofía para la instancia decisiva está más que clara: luchar y luchar.

“Respetamos a Granma, pero va a tener que pelear muy duro en Las Tunas”, dijo el incombustible Danel Castro luego de la tercera derrota. Con ese espíritu ya domaron en sus predios a los Leones de la capital y los Alazanes no podrán descuidarse.

La tarde de este sábado los dos equipos tendrán que darlo todo. Emplear todos los emergentes necesarios, exprimir sin miramientos el bullpen. Como si fuera el último juego, como si no hubiese mañana.

A los Leñadores, una victoria les devolvería la ventaja psicológica y los pondría a las puertas del título soñado. A los Alazanes les evitaría el incómodo trance del séptimo partido y, lo más importante, les permitiría retener el gallardete. Sería el colofón de su –por ahora– indetenible galopada.

Fuente: beisbolencuba.com